Es tarde y el sonido se ha desvanecido en la sala. Inadvertido me sorprende la
belleza de la luna a través del cristal del ventanal con sus hojas levemente
desplazadas y el cortinado flameando mientras danza al compás de la brisa que
sorprende. Desgranado por las experiencias del día y emocionado por los
senderos a surcar en los siguientes amaneceres, deposito lentamente todo el
templo que acompaña mi alma en su extensión sobre el mimbre crujiente que
desprende melodías en el silencio del ensueño, mientras me envuelve el as de
luz de la lámpara demacrada y antigua en pie de espera.
Inspiro, exhalo lentamente, muy lentamente acariciando el tiempo suspendido.
Fugaces recuerdos, tibias sonrisas, vagas imágenes, mansas sensaciones y
emociones celosas. La tomo de la mano dulcemente, la observo con timidez, la
contemplo y la admiro en toda su extensión. El placer inquietante apremia y
decido darle aire. Caprichoso y ávido quito sin su consentimiento lo mejor de
ella y la vuelco lentamente sobre el cristal, bajo la mirada gozosa de mi amor
ilimitado. La elevo con el ansia ardiente de llevarla a mis labios, para
descubrir sus sabores mejor guardados, llenarme de sus deleites y satisfacer el
instinto carnal del deseo. Llega el momento de extasiarme, siento la tenue
sensación de su aguardo casi angelical. Maniático siento penetrar la solicitud
absorbente, cual me obliga a donarme a su inmensidad y a desnudar su alma.
Al compás del tiempo, la humedad baña mis labios y la expansión de su sabor me
recuerdan el néctar de exquisitos frutos maduros combinados con restos de miel.
Las horas forzosamente recrean el silencio, rendido a nuestros encantos, en lo
profundo de la madrugada colosalmente cálida y vacía de inquietudes en la atmósfera del abismo sensual.
La cadencia de mis latidos restablece mi paz interior y casi sin desearlo el
tiempo llega a su final, las campanadas atrevidas rompen el silencio amoroso y
me despiden hasta el próximo encuentro, ambos fundiéndonos en nuestros secretos
compartidos en este otoño con dejos de nostalgia, nostalgia de decir adiós.
Adolfo Loyola.
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