A mi madre Elvira, a mi esposa y madre Amorina y a todas las
madres del mundo:
El sonido del pedal de la vieja Singer, colma mis oídos y comienza a adormecer
mis sentidos, mientras observo como detenido en el tiempo a mamá sentada
pedaleando frente a la ventana del living, de espaldas a mi; dándole forma a
esos cueros con tintes marrones, que desprenden su aroma típico e inconfundible
y que hoy, y a pesar de los años mantengo impregnado en los recuerdos.
Hace 31 años que observo todo como un infinito film y apenas siento los
engranajes mecánicos del ir y venir del pedal… Pero te recuerdo, te extraño, te
ansío y te lloro en la oscuridad profunda de la habitación, muy cada tanto,
cuando me asalta el deseo de tenerte y no puedo.
Pero ese trago amargo con el correr del tiempo, de manera camaleónica se ha ido
transformando en fascinación absoluta hacia toda aquella mujer convertida en madre.
Se confunde mi pensamiento, se translucen imágenes, entre madre y mujer. Me
resulta embarazoso dividir o distanciar estas dos palabras unidas por una única
esencia, el poder supremo de la ternura y el amor.
Madre y mujer, dos atributos que me seducen con locura, me deshielan y me
coquetean el alma. Al visualizar a una madre y a una mujer, se deslíe mi
espectro, se desvanece mi ser en su longitud, mi unidad se llena de
insignificancia y me siento pequeño ante tanta grandeza, bondad, fuerza y ante
tanto amor plasmado en una sola figura. Una madre es pura, es angelical, es
exquisita, es sublime, y es tan universal.
Las madres son las abanderadas del amor, del querer, de la ternura, de los
besos apasionados, de las caricias interminables, de las melodías vocales, del
calor abrazador, de la fuerza arrasadora que protege.
Una madre lo cura todo y todo lo puede. Conquista fronteras y alcanza
horizontes. Es capas de corroer al duro metal y esfuma toda la herrumbre del
tiempo. Deshoja pétalos que comparte con amor. Es acaparadora empedernida de
lagrimas que pacientemente transforma en sonrisas. Fantástica alquimista de
fragancias angelicales que esparce por doquier incondicionalmente. Catadora de
inconvenientes, que transforma en mágicas soluciones. Enfermiza dependiente de
detalles sutiles, que transforman la vida. Escultora exquisita, modeladora de
corazones endurecidos. Excelsa artista plástica, derramadora de oleos vivaces y
tintes supremos. Analista implacable y buscadora incansable de resultados
asombrosos. Guionista apasionada de finales felices y proteccionista vivaz del
ámbito que la rodea.
Madre, madre del corazón, madre del alma, madre de la vida, madre abuela, madre
tía, madre suegra, madre esposa… siempre y en todo lugar existe una madre, y
así lo será eternamente mientras exista vida en esta tierra.
Inclinado a tus pies, te esbozo con el máximo de los respetos un feliz día a
vos querida madre que lees estas palabras y a todas las madres del mundo.
Con profundo cariño, Adolfo Loyola.
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Copyright © 2012.
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